jueves, 14 de febrero de 2013

Metafísica del botón.


       Recogió lo que quedaba de su maltrecho cuerpo y se asomó al espejo. Sorprendentemente estas ojeras color melancolía y esas pestañas sarmiento hoy la hacían parecer preciosa. De esas bellezas que solo los tristes pueden apreciar.

     Se puso unas bragas de encaje, la camisa de la noche anterior y arrastró su cuerpo a la cocina. Té con leche, como todas las mañanas. Té como rutina y hoy; tostadas, con mantequilla o tal vez mermelada, da igual. Cuando no compartes desayuno los pequeños detalles carecen de importancia para las suicidas en potencia.

     El pelo aun le olía a tabaco y la vida le apestaba a alcohol y bueno, su boca, seca y maltrecha por la resaca, tenía el regustillo de el último hombre que beso al final de la barra del bar. El lugar donde residen tantas esperanzas como desilusiones, alegrías como penas. Es curioso como una simple parte del mobiliario público puede contener tantas historias ocultas grabadas en madera y barniz.

      Tenía los pies sucios. Las manos áridas como el desierto donde nada florece pero ahí estaba. Aferrándose a su desayuno tan ligero como su propia existencia.

     Con la mirada perdida observó que un hilo asomaba en lo que une al botón con la camisa y tiró de él. Cayó al suelo el botón y entonces comprendió que para sostenerse de vez en cuando es necesario alguna atadura más allá de la física.

domingo, 3 de febrero de 2013


        He perdido la cuenta de las veces que te has ido, de las que ha venido. No puedo aproximar cuánto tardarás en irte de nuevo. Ya ves, las matemáticas existenciales, siempre fallándome.  Y, bueno, mira tus manos. ¿No están cansadas de jugar con las cuerdas con las que manejas a este pobre títere enredado en tu teatro?.

         Ayer. Amanecía, aunque dentro de mí era de noche, pero eso al Sol le da igual. Y tu no estabas. Volvías a recordarme que la soledad existe, que las camas vacías son frías y que verdaderamente no me gustan. Volvías a recordarme el miedo, volvías a quitarme el "yo" de mi vida, porque el "yo" solo sabía ser contigo. Perdí la autonomía y saqué matrícula de honor en el miedo. Me he  odiado conforme más te quería. ¿Cómo iba a pretender que permanecieras junto a alguien que detestaba más que tu todos sus desperfectos cotidianos?. Nunca supiste hacerme mejor persona. Yo no era triste, tu me hiciste triste.

          Qué te costaba lidiar con el mar de mis ojos, que te ahogaba, decías. Jamás hiciste nada por aprender a nadar ahí y a mí, se me rompían los brazos por intentar mantenerte a flote.

         Me sumé otra desagradable experiencia más a todo este trajín que comúnmente se llama vida.

Volví a verte y volvímos a querernos. Volví a quitarme la piel para dejarla en el suelo y llevarme a la cama los restos que quedan de mi persona, fría, azul y con la piel del color de la Luna. Más no podía ofrecerte. Un par de promesas de no volver a separarnos y un poco de conversación, de esas interesantes que ya no tienen las personas de ahora porque viven demasiado rápido. Vivir rápido. Nunca nadie saborea el momento, aprovecha el silencio y se enamora de un instante. A lo mejor soy como el tiempo que se va corriendo y no puedes aferrarte a él. A lo mejor eres tú como el tiempo y yo intento detenerlo muriendo desesperadamente en el intento.


Y fíjate, cuando para mí sale el Sol, anochece. Los ciclos circadianos no están hechos para las personas que viven en el desamor crónico.