viernes, 29 de marzo de 2013

Que no exista más perdón.

     Hoy es de esos días que, sin poder hablarte, escribo para nadie.

    Es de esos "me doy cuenta". Y me la doy. De esas veces que asimilo que cuando que cada vez que me hago tuya estoy pecando un poco más de suicidio. De cuando los días a tu lado pasan en negativo. De cuando me cambias por un par de copas y la diversión de la estridente música, el baile frenético y el frío de todas esas personas que se regalan por una noche con alguien como tú. De cuando no sabes quitarme el miedo pero si lo ropa, que, como siempre digo, no sabes de secar lágrimas pero si de mojar bragas.

    Y no quiero más perdón. Quiero hablar de culpa; Culpa de haber sido tan tuya y no haber querido ser de más nadie, a sabiendas de qué, a más cuerpos desnudos más cálidas podrían haber sido las noches. No sinceras, pero sí cálidas. Me culpo de olvidarme del olvido por acurrucarme en tu pecho. Me culpo de engañar a la vida por perderme en tu boca. Me culpo de las cotas altas que puede alcanzar mi estupidez cuando son las pulsiones las que me guían.  De haber dado tantas horas y palabras esperando un gesto que aunque no rompiera el silencio se pronunciara como un "Ya pasará". Pero nada pasa, nada pasa. Ni mis ganas.

   

domingo, 24 de marzo de 2013

Esperar.

       La vida me ha enseñado a esperar; el autobús. El turno del médico.El de la peluquería. La preparación del chocolate en el microondas. A que termine la tormenta. A que me beses. A que te vayas. A que vuelvas. A irme yo. A volver. A aparecer. A desaparecer. A lo cotidiano.

     La vida me ha enseñado que se pueden esperar a personas especiales, sí, de las que parten la rutina, que se pueden esperar cartas que hagan de una caligrafía el más grande de los tesoros, que se puede esperar y morir de espera. Qué de amor nadie muere pero de paciencia, pues, a lo mejor muero yo.

     La vida me ha enseñado que podemos malgastarla en esperar cosas intangibles. Y bueno, qué paradoja. Descoser los minutos de nuestras costillas para verlos recompensados en emociones que duran un suspiro, que se van en un pestañeo y los minutos descosidos nunca vuelven. Ni aunque pongamos parches a nuestro cuerpo.

     Es por eso que hoy me decido a no esperar nada de nadie, ni de ti, para no hacer una aleación de mi cuerpo con el tic-tac de tu minutero, para que los minutos que me sobren pueda gastarlos en la cama rozando mis pies sin pretensión alguna. No espero para no sufrir. No sufro para no esperar que me curen las alas rotas por volar contrarreloj. No espero para no esperar. Para no esperarte.