miércoles, 10 de abril de 2013

Así, sin revisar.



     Me sequé las lágrimas y seguí andando. Dejé que la vida se deslizara bajo la suela de mis zapatos, sin esperanzas, ni ganas.

      Pensé que hay hombres con magia y hombres sin ella. Hombres que saben hacer de una sonrisa unos buenos días más poéticos que la más valiosa de las antologías. Hombres que hacen que no quieras despertar nunca por miedo a la soledad que te hacen sentir sus brazos. Hombres, que, al fin y al cabo, siempre acompañan a tu vida y lo mismo la elevan a infinito que la reducen a la más oscura nada.

       Era un día como hoy, como ayer o tal vez como mañana. Qué más da. Publicaba algunos escritos de esos que fluyen las palabras con una verborrea incontrolable y una pésima literatura, de esos que la mente actúa porque así lo dicta eso que se entiende por alma sin hacer caso a ningún tipo de convención de esas que recogen las élites intelectuales. Sí, de esas.

       Entonces pasó. Esa pregunta que, bien sea por cumplir, o bien por agradecimiento de haber hecho pasar los miserables segundos de la miserable vida de alguien, de vez en cuando te hacen.

-"¿Quién te enseñó a escribir?".

      Esa manía humana de pensar que todo tiene que aprenderse en un ámbito académico entre cuatro paredes y de forma correcta.

-"¿Qué quién me enseñó a escribir?". Pensé.

     La vida podría ser una buena respuesta. Otra podría ser la búsqueda de una narcosis mas allá de su boca y, otra, la necesidad de perderme en universos paralelos.

   
Y yo no entiendo de pretensiones, ni quiero entender, pero creo que detrás de cada escritor, torpe o profesional, delicado o con faltas de estilo se encuentra un alguien pidiendo auxilio aunque sea a susurros. Y, detrás de cada una de mis palabras, se esconde el desgarrador grito de una persona que quiere escapar de si, que quiere escapar de ti, del nosotros y de todas esas cadenas que "un alguien" un día decidió llamar amor.

viernes, 29 de marzo de 2013

Que no exista más perdón.

     Hoy es de esos días que, sin poder hablarte, escribo para nadie.

    Es de esos "me doy cuenta". Y me la doy. De esas veces que asimilo que cuando que cada vez que me hago tuya estoy pecando un poco más de suicidio. De cuando los días a tu lado pasan en negativo. De cuando me cambias por un par de copas y la diversión de la estridente música, el baile frenético y el frío de todas esas personas que se regalan por una noche con alguien como tú. De cuando no sabes quitarme el miedo pero si lo ropa, que, como siempre digo, no sabes de secar lágrimas pero si de mojar bragas.

    Y no quiero más perdón. Quiero hablar de culpa; Culpa de haber sido tan tuya y no haber querido ser de más nadie, a sabiendas de qué, a más cuerpos desnudos más cálidas podrían haber sido las noches. No sinceras, pero sí cálidas. Me culpo de olvidarme del olvido por acurrucarme en tu pecho. Me culpo de engañar a la vida por perderme en tu boca. Me culpo de las cotas altas que puede alcanzar mi estupidez cuando son las pulsiones las que me guían.  De haber dado tantas horas y palabras esperando un gesto que aunque no rompiera el silencio se pronunciara como un "Ya pasará". Pero nada pasa, nada pasa. Ni mis ganas.

   

domingo, 24 de marzo de 2013

Esperar.

       La vida me ha enseñado a esperar; el autobús. El turno del médico.El de la peluquería. La preparación del chocolate en el microondas. A que termine la tormenta. A que me beses. A que te vayas. A que vuelvas. A irme yo. A volver. A aparecer. A desaparecer. A lo cotidiano.

     La vida me ha enseñado que se pueden esperar a personas especiales, sí, de las que parten la rutina, que se pueden esperar cartas que hagan de una caligrafía el más grande de los tesoros, que se puede esperar y morir de espera. Qué de amor nadie muere pero de paciencia, pues, a lo mejor muero yo.

     La vida me ha enseñado que podemos malgastarla en esperar cosas intangibles. Y bueno, qué paradoja. Descoser los minutos de nuestras costillas para verlos recompensados en emociones que duran un suspiro, que se van en un pestañeo y los minutos descosidos nunca vuelven. Ni aunque pongamos parches a nuestro cuerpo.

     Es por eso que hoy me decido a no esperar nada de nadie, ni de ti, para no hacer una aleación de mi cuerpo con el tic-tac de tu minutero, para que los minutos que me sobren pueda gastarlos en la cama rozando mis pies sin pretensión alguna. No espero para no sufrir. No sufro para no esperar que me curen las alas rotas por volar contrarreloj. No espero para no esperar. Para no esperarte.

jueves, 14 de febrero de 2013

Metafísica del botón.


       Recogió lo que quedaba de su maltrecho cuerpo y se asomó al espejo. Sorprendentemente estas ojeras color melancolía y esas pestañas sarmiento hoy la hacían parecer preciosa. De esas bellezas que solo los tristes pueden apreciar.

     Se puso unas bragas de encaje, la camisa de la noche anterior y arrastró su cuerpo a la cocina. Té con leche, como todas las mañanas. Té como rutina y hoy; tostadas, con mantequilla o tal vez mermelada, da igual. Cuando no compartes desayuno los pequeños detalles carecen de importancia para las suicidas en potencia.

     El pelo aun le olía a tabaco y la vida le apestaba a alcohol y bueno, su boca, seca y maltrecha por la resaca, tenía el regustillo de el último hombre que beso al final de la barra del bar. El lugar donde residen tantas esperanzas como desilusiones, alegrías como penas. Es curioso como una simple parte del mobiliario público puede contener tantas historias ocultas grabadas en madera y barniz.

      Tenía los pies sucios. Las manos áridas como el desierto donde nada florece pero ahí estaba. Aferrándose a su desayuno tan ligero como su propia existencia.

     Con la mirada perdida observó que un hilo asomaba en lo que une al botón con la camisa y tiró de él. Cayó al suelo el botón y entonces comprendió que para sostenerse de vez en cuando es necesario alguna atadura más allá de la física.

domingo, 3 de febrero de 2013


        He perdido la cuenta de las veces que te has ido, de las que ha venido. No puedo aproximar cuánto tardarás en irte de nuevo. Ya ves, las matemáticas existenciales, siempre fallándome.  Y, bueno, mira tus manos. ¿No están cansadas de jugar con las cuerdas con las que manejas a este pobre títere enredado en tu teatro?.

         Ayer. Amanecía, aunque dentro de mí era de noche, pero eso al Sol le da igual. Y tu no estabas. Volvías a recordarme que la soledad existe, que las camas vacías son frías y que verdaderamente no me gustan. Volvías a recordarme el miedo, volvías a quitarme el "yo" de mi vida, porque el "yo" solo sabía ser contigo. Perdí la autonomía y saqué matrícula de honor en el miedo. Me he  odiado conforme más te quería. ¿Cómo iba a pretender que permanecieras junto a alguien que detestaba más que tu todos sus desperfectos cotidianos?. Nunca supiste hacerme mejor persona. Yo no era triste, tu me hiciste triste.

          Qué te costaba lidiar con el mar de mis ojos, que te ahogaba, decías. Jamás hiciste nada por aprender a nadar ahí y a mí, se me rompían los brazos por intentar mantenerte a flote.

         Me sumé otra desagradable experiencia más a todo este trajín que comúnmente se llama vida.

Volví a verte y volvímos a querernos. Volví a quitarme la piel para dejarla en el suelo y llevarme a la cama los restos que quedan de mi persona, fría, azul y con la piel del color de la Luna. Más no podía ofrecerte. Un par de promesas de no volver a separarnos y un poco de conversación, de esas interesantes que ya no tienen las personas de ahora porque viven demasiado rápido. Vivir rápido. Nunca nadie saborea el momento, aprovecha el silencio y se enamora de un instante. A lo mejor soy como el tiempo que se va corriendo y no puedes aferrarte a él. A lo mejor eres tú como el tiempo y yo intento detenerlo muriendo desesperadamente en el intento.


Y fíjate, cuando para mí sale el Sol, anochece. Los ciclos circadianos no están hechos para las personas que viven en el desamor crónico.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Órbitas emocionales.




       Cada mañana me levanto y preparo el café. Me siento en la mesa y todo igual. La silla de enfrente igual de vacía, mis manos iguales de frías y el café echando humo.

       Inevitablemente, y creo que nos pasará a todos, hay mañanas que me siento más pequeña. ¿Qué soy comparada con el universo? Una mota de polvo. Entonces, no puedo evitar pensar en lo insignificantes que somos y, da vértigo.

       Sorbo el café y comienzo a divagar; Las personas. Me cuesta comprender cómo la gente entra y sale de las vidas de otras personas con esa facilidad. Cómo a veces tan cerca, a veces tan lejos. Como a veces son, como a veces no son.
       Encuentro respuesta a ésto; Las órbitas.Al igual que los planetas, pienso, que las personas pasan todas sus insípidas vidas andando sobre órbitas. No se si serán elípticas, redondas o incluso si tendrán vértices y en algunos de esos ángulos colisionaran con otras personas y por eso nos enamoramos.

       Creo que las órbitas están girando unas alrededor de otras, el tamaño de las órbitas no es cuestión de jerarquía, ni de proximidad a un astro. Simplemente es azar.

       La cuestión no es ésta, la cuestión es que mientras cada persona recorre su órbita, a veces se aleja de otra persona que recorre la suya propia, a veces se alinean, a veces se sincronizan. A veces, sin saber por qué, saltan a otra órbita. En el mundo de la imaginación no existe ningún principio de exclusión que obligue a una persona a salirse de la órbita de otra.

      Quizás, esto me ayude a comprender porque estamos tan lejos estando tan cerca. Ahora se me ha acabado el café y, por tanto, el pensamiento.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Cartas a un alguien.

            A pocas personas les abro las puertas de mi fortaleza cuyas murallas son muros de misantropía. A veces, cada 4 años, una bisiesta persona entra en mi vida y decido que debe quedarse, decido que debo regalarle un poco de mí. Al fin y al cabo, aunque me cueste creerlo, el ser humano es social por naturaleza. Me explico; desde que el humano puso el pie en la tierra una parte de nuestro cerebro ha ido desarollándose para dar paso a todo este entramado social que nos facilita la vida. No puedo dejar atrás semejante legado histórico, aunque sea por respeto a la evolución. Por tanto, cumplo con mi parte.

         Te ví un día, solitaria y meditabunda y me dije: "Por qué no?". Años después habías entrado en mi vida atravesando mis muros infranqueables.  Años después de que entraras te habías ido con una fuerza aun más arrasadora.

           Tus continuos suicidios de la personalidad aumentaban mi tedio cada día. Querías ser la suma de potencialidades y actos de las personas más simbólicas de tu vida. Querías implantar el caos en la dualidad de tu cuerpo-mente y entonces te enamoraste. Te enamoraste y tu personalidad maleable ya no era suicida, simplemente no era. Olvidaste las viejas compañías, te negaste a conocer las nuevas. Día tras día buscabas recoger los resquicios de un amor que no era para ti, no querías escucharlo, tenías miedo a que la posibilidad del hecho te golpeara de frente y huiste de mí. Huiste como huyen las hojas secas del viento.

Pilares de mi vida fueron desvanecíéndose, me vi ahogada en los mares del rumor. Eras la peor de todas las mujeres, la más peligrosa, la que más me conocía. La que podía dar donde duele. No paraste hasta ahogarme en dicho mar.

Puedo pararme, trazar un punto de inflexión y darme cuenta de que a lo mejor, esto es solo la mala reseña de un "De profundis" de nuestro amigo Oscar Wilde..

Hay personas que con solo desnudarte el alma ya han desanudado todos los nudos que te atan a lo físico, luego, saben atarte a lo que más te duele del pasado, a lo que menos soportas del presente y hacer que esa cuerda te ahogue hasta que ya no sientas nada más.

Gracias a ti, he vuelto a rodearme de misantropía, de despedidas, de vanas esperanzas y de confianza hacia las malas personas, que tal como dijo Faulkner, son las que jamás cambian.









Un adiós por todo.