viernes, 23 de noviembre de 2012

Arañar la lluvia.

Llovía. No por fuera sino por dentro. Dolía, una punzada por cada poro de mi piel.

Estábamos en la cuerda floja. No nos importaba perdernos a nosotros mismos mientras no perdiéramos la magia que ofrece el final de una botella de vodka.

Te miraba, me mirabas, sabíamos que esto no era para siempre, que empezamos por el final y nunca buscamos un principio, que nuestro verso no tenia rimas, que nuestro pentagrama no tenía notas, y, aun así, pretendíamos ser poesía y música al mismo tiempo. No éramos más que un montón de nada. Y seguía doliendo.

El verte alejarte era otro pretexto para bordar la palabra desamor en el tejido en el que se tejen los sueños. La búsqueda de la resignación había llegado a su fin. El comprender que la lluvia, aunque no la veas, esta ahí, el entender que las intenciones no bastan, que las promesas no alimentan, que las ilusiones no abrigan y los recuerdos arañan. Arañan como yo te arañaba la espalda, como arañaba cada resquicio de tus calles, como arañaba cada partícula de ti. Araña como araña la vida, como araña la memoria, como araño al pensamiento.


Arañar la lluvia como sinónimo de imposible, como sinónimo de nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario